“Gente corriente y milagros de andar por casa: la vida en ‘El figurante y la estrella’”
Hay libros que no necesitan pirotecnia para dejarte pensando en ellos mucho después de haberlos cerrado. Así es El figurante y la estrella, de Gerardo Ferreiro Valiño, una novela que me ha recordado, frase tras frase, que la literatura buena te habla al oído en voz bajita. Aquí no hay estridencias ni decorados grandiosos, pero sí una infinita sabiduría en la manera de mirar de cerca lo que tenemos delante todos los días y como si, por primera vez, alguien reparara de verdad en nuestra vida de andar por casa.
No sé qué tiene este Bilbao de barrios periféricos y escaleras empinadas, de bares donde encontrar cobijo y de mujeres y hombres que, pese a los tropiezos y a los recibos por pagar, siguen siendo capaces de mirarse con ternura. Ferreiro Valiño es uno de esos autores que se nota que escucha antes de ponerse a escribir. Se le nota porque sus personajes tienen conversaciones llenas de peros y silencios, miedos y muchas preguntas que no buscan respuesta, y ahí nos enganchan. Nos pone en la piel de Mituyo, figurante de la vida y del cine, uno de esos hombres que ni esperan ni saben cómo ser protagonistas, pero que terminan robando el plano a base de humanidad.
Escarlata, con nombre de herida y de actriz extranjera, es la mujer que a todos nos gustaría tener cerca alguna vez: también ella es tan fuerte como vulnerable, sabe rascar donde pica y, a la vez, desprende la fragilidad luminosa de quien se defiende con sarcasmo del vertedero sentimental en el que vivimos. Y no es sólo ella, toda la galería de secundarios —de vecinos, entrañables cascarrabias, mujeres que llevan el peso del mundo con dignidad y mala leche, cuadrillas de amigos y un puñado de animales con más nobleza de la que uno recuerda haber tenido nunca— conforman ese universo que tantas veces parece poco literario y sin embargo es el nuestro.
Leo a Ferreiro Valiño y pienso en la extraña habilidad que tiene para hablar de las cosas tristes con un humor que nos hermana más que cualquier eslogan, para recordar esas pequeñas rutinas, el café del desayuno, la incertidumbre de fin de mes, las conversaciones en el bar, los afectos que sobreviven al hastío, que a todas nos importan aunque no sepamos muy bien cómo nombrarlas. Aquí la vida no se engrandece para ser contada, ni el amor es una postal, ni el sexo una coreografía de catálogo: aquí todo pasa como pasa de verdad, a veces regular, a veces mal, pero siempre con esa chispa de querer seguir bailando aunque sólo suene la música de fondo.
No esperéis moraleja ni redención de fábula: si hay milagro en este libro, es el de habernos puesto cara y palabra a quienes solo figuramos en la foto de grupo de la vida. Y qué bien sienta. El figurante y la estrella te reconcilia con la idea de que la literatura puede ser, también, un lugar al que volver para encontrarte a ti misma sin filtro, con tus defectos, tus días torcidos y esas ganas, tan humanas, de que el mundo acabe, al menos por hoy, en la barra de un bar rodeada de gente que, aunque a veces desespere, es la tuya.
Que cada quien se aferre a sus estrellas, pero no olvide nunca la dignidad de ser figurante. Porque, como bien sabe Ferreiro Valiño y lo deja escrito, ese papel, el de vivir humildemente y seguir adelante, lo hacemos todas, incluso las que soñamos con otra vida mientras nos calzamos el abrigo para salir de nuevo a la calle.
Ángela de Claudia Soneira