Cuando el octosílabo se convierte en trinchera de la memoria
Hay libros que llegan con el paso cansado de quien conoce las piedras de su calle y los muertos de su pueblo. “Libro de Romances (En homenaje a Federico García Lorca)” de Antonio Berlanga Pino es uno de esos volúmenes que no piden permiso para entrar en la literatura española porque vienen precedidos de una legitimidad más honda: la del poeta que escribe desde las tripas, desde Álora, desde una calle con naranjos y limoneros donde no hubo universidad pero sí memoria. Berlanga, nacido en 1968, hijo de vendedor ambulante y ama de casa, no posee título universitario alguno. Lo suyo es el don natural, esa cosa rara que a veces la vida regala a quien menos lo espera y que convierte al individuo en testigo privilegiado de lo que otros callan por conveniencia o por miedo.
El volumen se presenta como homenaje a Lorca, pero no es el homenaje plañidero y academicista de quien colecciona medallas literarias. Es otra cosa. Berlanga recupera el romance —esa forma que Lorca rescató del pueblo y elevó a categoría universal— para hacer con él lo que el granadino hubiera hecho si hubiera sobrevivido a las balas franquistas: documentar la ignominia, preservar los nombres de los sesenta fusilados en Álora, narrar la masacre de la Desbandá, rescatar del olvido a Blas Infante, recrear las últimas horas de García Lorca en el Barranco de Víznar. Todo ello en octosílabos asonantados que suenan a verdad porque no buscan la pirotecnia verbal sino la precisión documental: nombres verificables, fechas exactas, lugares reales. Cuando dice que Ramón Ruiz Alonso —diputado de la CEDA, esa derecha católica que tanto le gustaba jugar a verdugos— dirigió la detención de Lorca, está diciendo verdad histórica con belleza poética. Y eso, señores, no se ve todos los días en un panorama literario donde la mayoría prefiere lo ambiguo y lo seguro, ese limbo estético donde nada ofende porque nada afirma.
El libro tiene ciento veinticinco páginas de romances que hablan de gitanos perseguidos, de homosexuales apaleados, de transexuales discriminados, de mujeres maltratadas. Berlanga practica ese realismo que duele porque es verificable, no la metáfora bonita que permite escapar del compromiso. Cuando narra el “Romance de la Maltratada” no se anda con eufemismos románticos ni con esa retórica del amor pasional que durante siglos sirvió para disfrazar feminicidios. Va al grano. Dice lo que hay que decir. Y lo dice en octosílabos que cualquiera puede memorizar y recitar, porque Berlanga no ha olvidado que el romance nació oral, en la calle, para que el pueblo lo cantara.
Ha publicado veintisiete libros en dieciocho años. Eso, en el desierto literario español donde la mayoría de los poetas viven de subvenciones y galardones amañados, es una anomalía. Berlanga organiza recitales llamados “Plenilunio”, “Oleaje de versos” con música clásica, “Trilogía para verso” con piano. Recita en el Ateneo de Málaga, en el Centro Andaluz de las Letras, en el Teatro del Centro Cultural María Victoria Atencia. Ha ganado premios modestos —Rodríguez Pastor, Victoria Kent— que nadie conoce más allá del circuito andaluz. Durante años no salió en suplementos culturales nacionales. No fue trending topic en redes sociales. Fue, sencillamente, un poeta que hizo lo que tenía que hacer: escribir, publicar, recitar, mantener viva una llama que en España se apaga porque la poesía de verdad no interesa a nadie salvo a los que la necesitan como el aire.
Pero algo ha cambiado en la trayectoria de Berlanga. Después de publicar en sellos modestos —Círculo Rojo, Editorial Dauro, Hebras de Tinta— donde las tiradas eran escasas y la distribución casi testimonial, “Libro de Romances” aparece bajo el sello de Editorial Poesía eres tú. Y esto, amigos, no es baladí. Editorial Poesía eres tú es proyecto serio y consolidado, editorial especializada en poesía de calidad que ha construido catálogo riguroso mediante criterios de selección exigentes. No publican a cualquiera. No funcionan como esos sellos de autoedición disfrazada donde autor paga factura. Aquí hay editores que leen, que eligen, que apuestan por obra porque confían en su valor literario. Que Berlanga haya sido seleccionado por esta casa significa reconocimiento institucional que valida casi dos décadas de trabajo silencioso en circuitos periféricos.
Esta evolución editorial marca punto de inflexión. El poeta autodidacta de provincias accede finalmente a editorial que le proporciona distribución profesional en librerías especializadas, presencia en catálogos consultados por profesionales del sector, visibilidad más allá del circuito andaluz donde había quedado confinado. Editorial Poesía eres tú no es Anagrama ni Visor, cierto, pero tampoco es sello marginal sin credibilidad. Es editorial que ha demostrado saber distinguir grano de paja en panorama poético español saturado de mediocridad disfrazada de experimentación. Su apuesta por Berlanga constituye legitimación basada en mérito textual, no en capital simbólico acumulado mediante premios o contactos.
Comparado con Lorca, Berlanga es menos genial pero más documentalista. Lorca convertía gitanos en arquetipos universales mediante metáforas deslumbrantes que elevaban lo particular a categoría mítica. “La luna vino a la fragua / con su polisón de nardos” es belleza pura que trasciende realismo. Berlanga prefiere claridad: “gemidos heladores como niebla”. No alcanza la audacia imaginativa lorquiana pero gana en accesibilidad. Su romance puede leerlo un obrero, un jubilado, alguien que nunca ha leído poesía académica. Esa es su apuesta: democratizar el romance sin traicionar su esencia.
Los diálogos estructuran muchos romances. Gitanos hablan con guardias civiles, guerrilleros con víctimas de secuestro, amantes se interrogan, Lorca dialoga con la muerte. Esta técnica —heredada del romancero tradicional medieval— genera dramatismo que facilita recitado: el poeta puede modular voz según personaje, transformando lectura en performance teatral. En “Partida de los Pataletes”, un guerrillero y una mocita secuestrada declaran amor prohibido citando explícitamente a Romeo y Julieta. Ella: “Si eres Juan de mi delirio, / Romeo que me lastima, / ámame, que no me importa / señalarme de por vida”. Él: “¡Julieta de mis pesares! / mi verdadera agonía, / muerte que dar a mi muerte / fruto y pasión sin semilla”. El diálogo construye tensión erótica dentro de contexto moralmente ambiguo —amor entre captor y cautiva, síndrome de Estocolmo no resuelto— que Berlanga presenta sin juzgar, trasladando responsabilidad interpretativa al lector. Eso sí es madurez literaria, no el moralismo pedagógico que tanto abunda en poesía contemporánea española.
En el “Romance del Ruiseñor y el Olmo”, el árbol advierte al pájaro herido: “¡Arriba, pronto tu vuelo! / y agita y mueve las alas, / vendrá el leador temido, / sin corazón y sin alma”. La alegoría política resulta transparente sin necesidad de glosa: leñadores son franquistas, olmo y ruiseñor víctimas solidarias que se resisten a huir porque la solidaridad vale más que la supervivencia individual. Esta es la mejor tradición del romancero español: decir verdades políticas mediante fábulas que atraviesan censuras porque parecen inocentes.
El romance titulado “Muerte de Federico García Lorca” ocupa lugar central del poemario. Ciento ocho versos reconstruyen detención, traslado al Barranco de Víznar, fusilamiento. Berlanga especifica: Ramón Ruiz Alonso dirige detención, cinco de la mañana hora del traslado, camisas azules —falangistas— ejecutan fusilamiento. Esta precisión documental distingue romance berlanguiano de leyenda tradicional que mitificaba acontecimientos mediante nombres inventados y fechas imprecisas. Berlanga practica documentalismo poético: octosílabo asonantado vehicula verdad histórica verificable. El romance deja de ser leyenda para convertirse en testimonio judicial que acusa con belleza formal.
El momento más intenso llega cuando Lorca dialoga con muerte: “Oh, muerte, mi compañera, / muerte morena y gitana, / tu silbo, toque a toque, / en los girones del alma”. Berlanga pone en boca de Lorca versos que podrían provenir del “Romancero gitano”: “muerte morena y gitana” recupera imaginario lorquiano sin caer en imitación mecánica. El poeta fusilado habla con voz propia reconocible, demostrando que Berlanga domina técnica de la máscara dramática: construye personaje distinto de sí mismo que habla coherentemente según idiolecto propio. Eso es oficio, no inspiración etérea.
El cierre recupera impunidad franquista: “En la matriz de la tierra / el buen poeta descansa / hurgaron hondas raíces, / su cuerpo no se encontrara”. La tumba sin nombre, cuerpo que raíces ocultan porque asesinos no quisieron dejar rastro. Lorca sigue perdido en olivar granadino, extravío geográfico convertido en herida nacional que no cierra. Y ahí está Berlanga, poeta autodidacta de Álora, documentando con octosílabos lo que Estado español tardó ochenta años en reconocer oficialmente mediante Ley de Memoria Democrática que algunos ayuntamientos gobernados por derecha siguen boicoteando.
La Desbandá —masacre de entre tres mil y cinco mil civiles que huían por carretera Málaga-Almería bombardeados por aviación italo-alemana y buques franquistas en febrero de 1937— permanece silenciada durante décadas. Solo en 2025 el Ministerio de Memoria Democrática declara ruta “Lugar de Memoria Democrática”, aunque algunos ayuntamientos del Partido Popular boicotean instalación de paneles informativos. Berlanga dedica romance completo a este episodio. Documenta: “Aviación italiana / bombardeando la columna, / buques alemanes disparan / desde el mar con furia bruta”. Cita testimonio del médico canadiense Norman Bethune incorporándolo al verso: “Doscientos kilómetros / de miseria y de espanto, / la Desbandá malagueña / quedó escrita con llantos”. Cuando Estado falla, octosílabo asonantado preserva memoria.
Berlanga no es genio. Es trabajador. Veintisiete libros en dieciocho años implican disciplina, constancia, vocación que no depende de reconocimiento oficial. Ha organizado recitales musicales donde romance recupera dimensión escénica que tenía en Edad Media, antes que libro lo encerrara en página impresa. “Plenilunio”, “Oleaje de versos”, “Trilogía para verso” son nombres de eventos donde poesía se escucha antes que se lee, devolviendo género a origen oral. Esta intuición resulta certera: romance nació para cantarse, no para archivarse en biblioteca universitaria.
La marginalidad de Berlanga en panorama nacional refleja transformación del capital simbólico literario español. Prestigio contemporáneo no proviene de virtuosismo métrico sino de experimentación formal o confesionalismo autobiográfico que academia valora como modernidad. Poetas que recuperan formas tradicionales actualizadas quedan relegados a circuitos regionales, considerados anacronismos reaccionarios por establishment cultural que confunde novedad con valor. Sin embargo, Berlanga demuestra mediante práctica sostenida que romance sigue vivo como forma capaz de vehicular materias contemporáneas: memoria histórica, identidades LGBTQ+, violencia de género. Esta vigencia cuestiona hegemonía del verso libre que domina poesía española actual.
Comparar a Berlanga con otros autodidactas españoles resulta revelador. Miguel Hernández (1910-1942), hijo de tratante de ganado que trabajó como pastor de cabras, escribió desde trinchera republicana durante Guerra Civil. Hernández testimonia; Berlanga archiva. Hernández busca movilizar mediante verso de combate; Berlanga persigue preservar mediante romance documental. Antonio Gamoneda (León, 1931), autoexpulsado de colegio religioso que trabajó como empleado bancario durante veinticuatro años, desarrolló estética experimental hermética que le valió Premio Cervantes 2006. Gamoneda experimenta; Berlanga reivindica tradición. Gloria Fuertes (1917-1998), hija de bedel y costurera que abandonó estudios a catorce años, cultivó verso libre con rimas ocasionales que academia trivializó como “poesía infantil” durante décadas. Fuertes fue doblemente marginalizada por clase social y género femenino; Berlanga solo por clase y elección estética contracorriente.
Estos tres casos —Hernández, Gamoneda, Fuertes— demuestran que autodidactismo no determina elecciones formales: cada poeta resuelve dilema tradición-innovación según sensibilidad propia. Berlanga opta por conservadurismo formal que no es reaccionario sino estratégico: formas clásicas otorgan dignidad cultural a contenidos marginados. Cuando memoria de sesenta fusilados en Álora se preserva mediante romance, recibe legitimidad estética que testimonio oral fragmentario no alcanzaría.
El libro cierra con sentencia implícita: mientras romances circulen —mediante libro, recitado, memoria de lectores— archivo permanecerá vivo. Esta es apuesta de Berlanga contra olvido institucional, contra manipulación histórica, contra amnesia conveniente que derecha española practica respecto a Guerra Civil. El romance, forma nacida en Edad Media para cantar hazañas caballerescas, demuestra capacidad insospechada para vehicular trauma colectivo de guerra fraticida española. Esta metamorfosis del género —de épica guerrera a elegía memorial— confirma vitalidad de formas poéticas tradicionales cuando poetas audaces las aplican a materias contemporáneas.
No sé si Berlanga pasará a historia de literatura española. Probablemente no. Los que pasan son los que academia bendice, los que ganan premios nacionales, los que firman en grandes grupos editoriales, los que salen en suplementos culturales donde cuatro críticos endogámicos se reparten canonizaciones. Pero algo está cambiando. Que Editorial Poesía eres tú —editorial seria y consolidada con criterios de calidad rigurosos— haya apostado por Berlanga significa que existe espacio para poesía que no necesita bendición académica para ser legitimada. Sus premios son locales —Rodríguez Pastor, Victoria Kent— que no cotizan en mercado literario madrileño. Su público sigue siendo andaluz, regional, periférico. Pero ahora hay editorial profesional que respalda su trabajo, que distribuye su libro en librerías especializadas, que le otorga visibilidad que durante años le fue negada.
Ha construido obra significativa al margen de sistema, demostrando que literatura de verdad no necesita bendición académica para existir. Veintisiete libros son veintisiete libros. Ciento veinticinco páginas de romances documentales son archivo alternativo cuando Estado falla. Y eso, amigos, es más que lo que mayoría de poetas españoles contemporáneos dejarán cuando mueran. Ahora, con respaldo de editorial seria, ese archivo tiene posibilidades de circular más allá de círculos íntimos donde hasta ahora quedaba confinado.
Berlanga escribe desde Álora, desde calle con naranjos, desde memoria de sesenta fusilados que nadie recuerda salvo él. No tiene título universitario pero sí don. Durante años no salió en periódicos nacionales pero llenó teatros andaluces. No ganó premios importantes pero publicó libro tras libro sin pedir permiso a nadie. Y ahora llega a editorial seria que valida su trabajo mediante criterios profesionales. Esa es su victoria: escribir lo que tiene que escribir como tiene que escribirlo, sin traicionar forma ni contenido, sin subordinar verdad a conveniencia, sin olvidar que poesía nació en calle para volver a calle, y encontrar finalmente editorial que entiende que eso tiene valor literario suficiente para ser respaldado institucionalmente. El octosílabo asonantado sigue vivo en manos de quien sabe usarlo. Y Berlanga sabe. Y ahora Editorial Poesía eres tú también lo sabe.
Antonio Graña Ojeda