LA MEMORIA QUE SE ESCRIBE SOBRE LA PIEL
Renacida en mi calma de Lucía García Ramos llega como testimonio generacional de una poeta nacida en el año 2000, publicado por Editorial Poesía eres tú, y se inscribe en esa tradición poética que privilegia la claridad expresiva sobre el hermetismo, la comunicación directa sobre la experimentación formal. Es su segundo poemario, tras Ama desde tus adentros (2022), y en él se advierte una maduración del proyecto poético inicial: mayor conciencia estructural, más depurada selección léxica, una voz que ha ganado en seguridad sin perder la vulnerabilidad que constituye su materia prima.
El poemario se organiza en cinco secciones que trazan un itinerario desde el renacimiento hasta la contemplación de horizontes futuros. Esta arquitectura pentagonal —cinco secciones, cinco poemas por sección— podría resultar artificiosa, impuesta desde fuera sobre un material que demanda mayor libertad, pero funciona porque responde a una necesidad real: ordenar el caos emocional sin traicionarlo, proporcionar al lector un mapa que le permita orientarse en territorios de la intimidad. Las secciones —Renacer, Raíces, Alas, Puentes, Horizontes— no son compartimentos estancos sino estaciones de un proceso continuo que va de la decisión de habitarse a sí misma hasta la proyección serena hacia el futuro.
García Ramos pertenece a una generación marcada por la precariedad estructural. Para quienes nacieron en el cambio de siglo, la inestabilidad no es accidente sino condición existencial: mercado laboral precarizado, vínculos afectivos fragmentados, ausencia de estructuras colectivas confiables. En este contexto, la búsqueda de un yo habitable no es narcisismo sino necesidad histórica. Cuando la autora escribe “Soy el lugar donde descanso, / el refugio que tantas veces busqué afuera”, no está haciendo literatura intimista despolitizada. Está documentando una realidad social que obliga a construir refugio interno ante la imposibilidad de encontrarlo en el exterior. Esta lectura sociohistórica del poemario, que la propia autora no explicita pero que el texto permite, enriquece su comprensión.
La estructura de cada sección revela inteligencia compositiva notable. Los cuatro primeros poemas exploran una dimensión del proceso de autodescubrimiento, y el quinto introduce una nota de vulnerabilidad que matiza lo anterior. “Los días que no soy luz” cierra la sección segunda admitiendo que “Hay días que no brillo, / que todo pesa más”. “Cuando me permito caer” clausura el poemario con la confesión “Hay días que no puedo, / y está bien”. Esta decisión de terminar cada sección reconociendo la dificultad evita la trampa del discurso motivacional que promete transformaciones definitivas. García Ramos sabe que el crecimiento personal no es línea recta ascendente sino espiral que regresa recurrentemente a la fragilidad, aunque desde posiciones cada vez más integradas.
El lenguaje del poemario se caracteriza por lo que podríamos llamar transparencia deliberada. No hay oscuridad que requiera exégesis especializada, no hay referencias culturales que establezcan complicidad con iniciados excluyendo a otros. Esta accesibilidad responde a decisión estética consciente: la autora busca comunicación directa con lectores que atraviesan procesos similares. Sin embargo, transparencia no equivale a simplismo. García Ramos demuestra dominio de recursos técnicos sofisticados: construye sistemas metafóricos coherentes que se desarrollan a lo largo de secciones completas, emplea la repetición como elemento estructural, modula el ritmo mediante versos de distinta longitud.
Especialmente efectiva resulta su capacidad de encarnar abstracciones mediante sensaciones físicas reconocibles. La transformación psicológica se experimenta corporalmente: como desprendimiento epidérmico, como peso de piedras sobre hombros, como temblor de manos al poner límites. Esta somatización de lo emocional constituye su aporte técnico más distintivo. Cuando escribe “Me quito la piel que ya no me sirve”, no emplea metáfora vacía sino que describe experiencia corporal que cualquiera que haya atravesado transformación profunda reconoce inmediatamente. El cuerpo no es solo tema sino territorio donde se inscribe la memoria del dolor y la transformación.
El poemario establece diálogo explícito con la tradición poética hispanohablante mediante la referencia a Mario Benedetti en el poema final: “Recuerdo a Benedetti, / la alegría se defiende”. Esta invocación sitúa a García Ramos en un linaje de poetas que comparten voluntad comunicativa, preferencia por la claridad expresiva, confianza en la función social de la poesía. Su filiación incluye también a Gloria Fuertes y Ángel González, poetas que demostraron que se puede escribir con sencillez sin renunciar a profundidad. Esta elección la situará probablemente fuera del favor de cierta crítica académica que valora innovación formal como criterio supremo, pero ampliará significativamente su público real.
Es necesario señalar también las limitaciones del poemario. La uniformidad tonal reduce la amplitud del registro emocional explorado. Todos los poemas hablan desde posición de comprensión serena alcanzada, desde el después de la tormenta. Falta la rabia visceral no procesada, la confusión sostenida sin resolución, el erotismo, el humor, la desesperación que todavía no ha encontrado sentido. Esta ausencia de claroscuros drásticos puede interpretarse como madurez emocional de la autora o como evitación de zonas más incómodas. Probablemente sea ambas cosas.
También se echa en falta mayor riesgo formal. El verso libre empleado resulta efectivo pero conservador. No hay experimentación con disposiciones visuales, no hay disrupciones rítmicas, no hay formas híbridas. García Ramos trabaja dentro de convenciones establecidas sin cuestionarlas. Esta elección amplía accesibilidad pero reduce interés para lectores que buscan propuestas formalmente audaces. La pregunta que surge es si en próximos trabajos la autora se atreverá a adentrarse en territorios formales más arriesgados.
La despolitización del poemario también merece comentario. Todo el dolor es personal, toda la solución es interna. No hay referencias a estructuras sociales que condicionan experiencias emocionales, no hay cuestionamiento de sistemas que producen precariedad. Esta privatización del sufrimiento reproduce individualismo problemático: como si bastara trabajarse a una misma para resolver problemas de origen colectivo. En una generación tan golpeada por crisis sistémicas, esta ausencia de perspectiva sociopolítica resulta llamativa. Sin embargo, es justo reconocer que García Ramos no pretende escribir poesía militante, y que la exploración de la intimidad constituye proyecto legítimo que no debe descalificarse por no ser otra cosa.
El poemario cumple efectivamente sus propósitos declarados: acompañar procesos de autodescubrimiento mediante lenguaje honesto y estructura coherente. Para lectores que atraviesan momentos similares, estos poemas pueden funcionar como espejos validadores que nombran experiencias que parecían innombrables. Y esa función —acompañar, validar, sostener— constituye propósito legítimo de la literatura que no debe despreciarse. La poesía puede ser experimento formal que expande límites del lenguaje, documento histórico que registra su época, artefacto político que cuestiona estructuras de poder. Pero también puede ser, simplemente, compañía para quien la necesita.
Hay un verso que sintetiza la filosofía del poemario: “Hay días que no puedo, / y está bien”. Esta afirmación desmonta la presión contemporánea de productividad emocional constante, de optimismo obligatorio, de resiliencia infinita. García Ramos otorga permiso para ser vulnerable sin culpa, para caer sabiendo que mañana se volverá “el doble de clara, / el doble de yo”. Este permiso resulta más revolucionario de lo que inicialmente parece en contexto cultural que exige fortaleza perpetua. La vulnerabilidad reconocida sin dramatismo ni victimismo constituye uno de los logros mayores del poemario.
La autora demuestra sensibilidad genuina, dominio técnico competente y, sobre todo, esa virtud infrecuente de no mentirse a sí misma ni al lector. No promete curaciones milagrosas, no vende transformaciones definitivas, no adopta pose de quien tiene todas las respuestas. Simplemente comparte su proceso con honestidad notable. En panorama saturado de imposturas, esa honestidad vale considerablemente más que muchas piruetas formales vacías.
Renacida en mi calma no revolucionará la poesía española contemporánea, pero tampoco pretende hacerlo. Es trabajo honesto de poeta que escribe desde necesidad real. Su camino literario promete evolución interesante si mantiene esa honestidad como brújula y se atreve a adentrarse en territorios más complejos. Por ahora, este segundo poemario confirma la consolidación de una voz que, sin ser particularmente innovadora, resulta necesaria en el panorama poético actual. Lucía García Ramos ha aprendido el arte difícil de sostener las propias ruinas sin dramatismo excesivo ni optimismo ingenuo. Y ese equilibrio, en tiempos de precariedad normalizada, constituye ya una pequeña victoria que merece reconocimiento.
Antonio Graña Ojeda
