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La belleza de mirar hacia dentro sin pedir permiso

Hay libros que se leen como una conversación nocturna, de esas que uno mantiene sin darse cuenta con su propio reflejo en el cristal. Éter y crepúsculo de la existencia, de Francisco Martínez Izquierdo, pertenece a esa clase de libros íntimos, poco complacientes, que parecen hablarte al oído y, a la vez, juzgarte con ternura.

Su autor no escribe desde la vanidad ni desde la pose del poeta iluminado. Escribe desde la necesidad, desde la crudeza de quien ha entendido que el único modo de salvarse es entenderse. Y lo hace con un pudor que conmueve: no busca brillos, solo la luz justa que se filtra entre las rendijas cuando todo parece apagado.

En sus páginas, la soledad adopta la voz de un personaje que evoluciona, que aprende a reconocer en el silencio una forma de compañía. Hay momentos en que el poema parece susurrarte que sobrevivir no siempre es una victoria, pero sí una obligación bella. El poeta se despoja del dramatismo, del ruido con el que otros visten sus dolores, y elige escribir con sobriedad, con esa delicadeza que se confunde con la verdad.

La originalidad de Martínez Izquierdo no está en tematizar la espiritualidad o el desencanto, sino en reconciliar ambos. Su Dios no es el de los sermones sino el de los días sin fe, cuando la mente se aferra al arte como a la última vela encendida. “Te crearon para amar la vida”, le dice una voz después del intento de morir, y esa frase basta para levantarle una iglesia entera al coraje de continuar.

Leerlo es escuchar el pensamiento de un hombre que ha vivido lo suficiente como para no fingir inocencia. La suya es una poesía alejada de la impostura, un equilibrio entre lo carnal y lo trascendente. Habla del cuerpo enfermo, del cansancio, del amor que salva por insistencia. Y en ese cruce entre lo sagrado y lo cotidiano, la voz de Martínez Izquierdo se vuelve profundamente humana.

Hay algo en este libro que devuelve al lector su propio reflejo. No porque prometa consuelo, sino porque ofrece algo más duradero: la sensación de que el dolor, cuando se convierte en creación, puede ser también una forma de inteligencia.

Al cerrar Éter y crepúsculo de la existencia una se queda tocada, como quien acaba de oír algo demasiado íntimo para comentarlo. No es un poemario para sacar del bolso en un metro. Es un libro para leer cuando todo el ruido del día se ha ido, cuando una empieza a hablar consigo misma sin miedo. Entonces, cada verso funciona como una línea de costura invisible: delicada, firme, verdad.

Ana María Olivares